jueves, 28 de mayo de 2015

NEGOCIAR EN MEDIO DEL CONFLICTO, SINUOSO CAMINO HACIA LA PAZ

En materia de paz el presidente Juan Manuel Santos, dio un paso trascendental al reconocer la existencia del conflicto armado interno y abrir de esta manera la posibilidad de una salida negociada, producto de lo cual son las conversaciones de La Habana con las Farc y los acercamientos con el ELN.

Sin embargo, no puso ninguna condición a las Farc y con esta organización guerrillera decidió el tortuoso y sinuoso camino de negociar en medio del conflicto, lo que implica -ni más ni menos- que la guerrilla seguiría con sus actividades ´normales´, es decir, atacando la infraestructura vial y energética del país, custodiando cultivos ilícitos, reclutando menores, extorsionando y secuestrando; la contraparte, es decir, el gobierno, debería seguir -como es apenas obvio- obedeciendo el mandato constitucional de preservar el orden, brindar seguridad a los ciudadanos manteniendo el monopolio legítimo de la fuerza, podía seguir bombardeando y atacando por tierra a las trincheras y escondrijos de los frentes guerrilleros de las Farc.

En repetidas ocasiones -en desarrollo de los diálogos- el grupo insurgente insistió en el cese al fuego bilateral, a lo que el gobierno dijo enfáticamente que no, que esta decisión está reservada para el final del proceso, o sea, cuando la firma del convenio de paz  se produzca o sea inminente. Como muestra de su voluntad de paz, las Farc declararon en cuatro ocasiones el cese unilateral del fuego -en una de ellas de manera conjunta con el ELN-. En términos generales la guerrilla cumplió, por lo cual por breve tiempo -y también como muestra de buena voluntad- el gobierno suspendió los bombardeos aéreos.

Sin embargo, la misma guerrilla incumplió su decisión y el 14 de abril atacó un campamento militar en el Cauca, el cual dejó 11 militares muertos. La reacción del gobierno no se hizo esperar y tras reanudar los bombardeos, entre la presente semana y la pasada, abatió a por lo menos 40 guerrilleros, en diferentes acciones, la más significativa en Guapi (Cauca), donde murieron 26 subversivos. La reacción de las Farc fue la suspensión del cese  unilateral del fuego. Además, esta semana, en sendas acciones ofensivas, el ejército colombiano abatió a Pedro Nel Daza Martínez, alias “Jairo Martínez” jefe militar del Bloque Sur (comandante del frente 14 con presencia en Caquetá y Guaviare)  y a Adán de Jesús Jiménez, tercero al mando del frente 36 (Antioquia).

Estas decisiones y acciones son claro ejemplo de lo que puede suceder cuando se decide negociar en medio del conflicto, que definitivamente es tensionante para las partes sentadas a la mesa, porque en cualquier momento se registran situaciones como las señaladas, que pueden conducir no sólo a suspensiones temporales de las negociaciones, sino también  a la terminación abrupta de los diálogos.

Algunos sectores, como el Centro Democrático, han criticado la decisión de Santos de sentarse a negociar en medio del conflicto y sostienen que el gobierno debió poner como condición la entrega de las armas por parte de la guerrilla para poder iniciar las conversaciones de paz, olvidando que desde el lado de las Farc, eso equivaldría a una rendición. Recordemos que, en su momento el M-19 entregó las armas, pero luego de la firma del tratado de paz.[1]

Olvida el Centro Democrático que la promesa de su líder Alvaro Uribe, durante su  mandato inicial, fue derrotar militarmente a la guerrilla, para lo cual contó con el apoyo del sector privado que proveyó los recursos para dotar de equipos e inteligencia a las fuerzas armadas colombianas, a parte de la cuantiosa tajada que se tomó del presupuesto nacional.

Con Santos como su ministro de Defensa, Uribe dio contundentes golpes a las Farc, siendo una de las más significativas la baja de uno de sus cabecillas, Raúl Reyes, el 1 de marzo de 2008 en territorio ecuatoriano. También hay que reconocer que Santos como presidente propinó golpes fuertes a las Farc, como la muerte de Víctor Julio Suárez Rojas, alias Jorge Briceño Suárez o  “Mono Jojoy", abatido en la Operación Sodoma el 22 de septiembre del 2010 en un bombardeo a uno de sus campamentos en La Macarena (Meta)- recién llegado Santos a la Presidencia- y la de Guillermo León Sáenz Vargas, alias ‘Alfonso Cano’, abatido el 4 de noviembre del año 2011, en un bombardeo de la Fuerza Aérea y con un gran despliegue del Ejército Nacional, en el sur del país.


 Lo cierto del caso es que Uribe no derrotó a la guerrilla de las Farc, pero -hay que reconocerlo- la sacó de las goteras de Bogotá y las principales ciudades, la arrinconó en los sitios más alejados y selváticos, debilitó sus estructuras operativas, logísticas y financieras. De tal suerte, que ese grupo guerrillero decidió posponer su objetivo de lograr el control territorial para concentrase, en cambio, en el control de posiciones estratégicas que garantizaran su supervivencia y la continuidad de la guerra.[2] En otras palabras, Uribe diezmó a las Farc, guerrilla que entonces decidió cambiar de estrategia.

Al no estar derrotada (al comienzo del gobierno Santos),  no se podía esperar que esa guerrilla entregase las armas como fase previa a las conversaciones. Sin embargo, es de reconocer que con las contundentes acciones emprendidas durante su prolongado gobierno, Uribe puso a la guerrilla en posición de negociar, ya que cuando el enemigo está derrotado no negocia, se entrega; y cuando está fortalecido tampoco, sino que trata de imponerse por la fuerza. Claramente con las Farc no ocurría ni lo uno ni lo otro, ni estaba fortalecida ni estaba acabada, más sí de alguna manera diezmada.

Al llegar Juan Manuel Santos a la Presidencia de la República de Colombia, parece haberse dado cuenta de esa situación, es decir, de que ni la guerrilla tenía tanto poder para hacer daño pese a no estar derrotada y que el gobierno, aunque destinaba gran cantidad de recursos y había mejorado ostensiblemente la capacidad operativa de las fuerzas militares, tampoco estaba en capacidad de derrotar a las Farc. Conclusión, la negociación parecía entonces la única salida posible al dilatado y sangriento conflicto colombiano de casi seis décadas. Y era preciso hacerlo en medio del conflicto, y así lo entendieron y convinieron las partes.

Para que el gobierno pudiese negociar, debía, además de reconocer la existencia de un conflicto interno, dar reconocimiento político al adversario (las Farc) para poder que las conversaciones -desde el punto de vista político (no jurídico o legal) -se produjeran entre iguales y al mismo nivel.

El ejemplo más reciente de negociación en medio del conflicto se registró en Birmania, país del sudeste asiático, donde en mayo de 2013, el gobierno firmó un alto el fuego con la guerrilla kachin. Aunque se alcanzaron compromisos para la mayoría de los puntos, algunas de las cuestiones más conflictivas fueron retiradas para permitir por fin la firma de este proyecto y el cese definitivo de las hostilidades.

En el caso colombiano, el cese bilateral es un asunto espinoso que no ha tenido desarrollos concretos y sería deseable, dadas las vicisitudes de adelantar un una negociación en medio del conflicto, que se llegase a él lo más pronto posible. Sin embargo, al juzgar por la evidencia del poco avance que registran las negociaciones, quizás no sea la mejor alternativa en este momento, pues lo más aconsejable -como en el caso birmano- es que sea un punto al que se llegue al final del acuerdo.


Si se mira en perspectiva el avance del proceso en estos casi tres años, podría pensarse que es significativo, pero más allá del afán del presidente Santos de alcanzar un acuerdo antes de que termine su mandato -con la íntima intención quizás de ganarse el Premio Nobel de paz-, es lógico lo que plantea en el sentido de darle celeridad al proceso, que es lo que permitiría poner punto final a los enfrentamientos.

En este aspecto es bueno mirar otros ejemplos en el mundo, en los cuales se ha llegado a un acuerdo relativamente rápido y se ha logrado el cese bilateral al fuego. Para no salir del ámbito latinoamericano, se pueden mencionar solamente dos casos, los de El Salvador y Guatemala en Centroamérica.

En el primer caso, en 1992, en Chapultepec (México) se dio por terminado el conflicto por la mediación de la ONU. Después de los Acuerdos de Paz en la década de los 90, el grupo revolucionario salvadoreño pasó a ser un partido político legal.

Guatemala, que padeció un conflicto armado por 36 años, con más de 150.000 muertos y unos 200.000 desaparecidos, inició el proceso de negociación en 1991 en Querétaro (México). Sin embargo, fue durante el gobierno de Ramiro de León Carpio, en 1994, que se estableció una mesa firme con la mediación de las Naciones Unidas y se suscribieron los acuerdos de paz. El acuerdo final se firmó en 1996.

La gran diferencia entre el caso colombiano y esos dos conflictos -y otros internacionales- es que en nuestro país el narcotráfico sirve de combustible, lo que hace más compleja la negociación. Además de que en los últimos años la minería ilegal ha sido otra fuente de ingresos económicos y le sirve a la guerrilla como recurso de control territorial.

Sin embargo, como hecho positivo en el caso colombiano frente a los dos casos de Centroamérica, es que en ellos no se pensó en las víctimas, mientras que en el proceso con las Farc si se está tratando ese tema, es el punto 5 de la agenda, pero quizás debió ser el primero. Ojalá en este aspecto se pueda además de garantizar la verdad, también la justicia y la reparación.




[1] Este grupo-celebre por acciones audaces como la toma la Palacio de Justicia- entregó sus armas el 8 de marzo de 1990  en Santo Domingo, Cauca.
[2] Entre el periodo 2002-2010, el gobierno Uribe Vélez presenta cifras cercanas a las 40 mil capturas, a las 17 mil desmovilizaciones individuales y a los 8 millones de unidades de munición incautadas a las guerrillas. La cifra oficial de guerrilleros muertos en combate llega a los 16 mil entre 2002 y 2010. Publicado originalmente en Vanguardia.com en la siguiente dirección: http://www.vanguardia.com/historico/70932-las-victorias-y-derrotas-de-uribe-velez.

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